martes, 16 de diciembre de 2008

El por qué amo la pintura


La obra de Mark Tansey me seduce como un misterio; de técnica precisa, monocromática, impersonal y aparentemente ausente de emotividad, consigue sin embargo recrear atmósferas inquietantes que transforman mágicamente una reflexión lingüística, filosófica o estética en un reto detectivesco: me viene a la mente una declaración de Degas afirmando que pintar un cuadro es como planear un crimen. El espíritu que mueve el arte de Tansey es postmoderno y sumamente irónico, mordaz en ocasiones. Su obra es difícil de clasificar: participa del hiperrealismo, del realismo mágico, del surrealismo, del arte pop y de la figuración de la transvanguardia en general, pero de ninguna manera puede encuadrarse en ninguna de estas tendencias. Derrida Queries De Man (Derrida cuestiona a De Man) pintura que en una visita relampago mi primo me mostro me cautivo a grados de querer saber mas de esta obra. Hay dos hombres luchando o bailando al borde de un precipicio del que no se aprecian los límites verticales y cuya condensación al fondo igual podría pertenecer a una cascada como al vacío. El título de la obra nos informa acerca de la identidad de los dos personajes del cuadro: se trata del filósofo Jacques Derrida, creador de la deconstrucción y la filosofía de la différence, y Paul De Man, destacado intelectual deconstructivista y crítico literario.Además, el fondo del cuadro sugiere una especie de vacío, un no-fin del espacio representado y del espacio pictórico. Derrida habló en una ocasión de que los procesos culturales y filosóficos de la civilización occidental parecían no tener fin y que los mecanismos encaminados a perpetuarlos a través del tiempo funcionarán eternamente. No sólo eso: si contemplan con detalle el primer término del cuadro, verán que hay una especie de texto camuflado con el paisaje. Cito a Derrida: “la deconstrucción interroga a la filosofía más allá de su significado, tratándola no sólo como un discurso sino como un determinado texto inscrito en un texto general, encerrado en la representación de su propio margen”. Sin embargo, lo que más me asombra del cuadro de Tansey es la habilidad con la que ha conseguido imbricar su discurso en una forma representativa que configura una referencia visual poderosísima, de primer orden, a un tipo de literatura popular muy sugerente y, sobre todo, a un personaje que constituye un auténtico arquetipo en el inconsciente colectivo: Sherlock Holmes. Efectivamente, cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de las aventuras del detective creado por Conan Doyle tiene que haber relacionado de forma casi automática la escena de la pintura de Tansey con “El último problema”, el relato en el que Sherlock Holmes se deshace del malvado Moriarty arrojándolo tras una lucha cuerpo a cuerpo a las cataratas de Reichenbach. Holmes aprovecha para fingir su propia muerte y regresar a Londres utilizando esa ventaja en contra de sus enemigos. Obviamente, todo esto no es casual; la imagen en que se basa directamente Tansey para efectuar su particular proceso de deconstrucción pictórica es, y ahí precisamente radica parte de su genialidad, una ilustración de Sidney Paget para el relato de Conan Doyle, en donde aparecen Holmes y Moriarty luchando a brazo partido en el precipicio. Es entonces cuando sustituimos las personalidades de Derrida y De Man por las de Holmes y Moriarty, el detective y su poderoso antagonista, su igual en el lado oscuro, que ya no están bailando un tango sino luchando a muerte al borde de un precipicio. Supremo giro cargado de ironía en el que el mismo proceso pictórico pasa a ser no sólo un homenaje a la deconstrucción derridiana, sino deconstrucción auténtica, lectura postestructuralista que nos muestra un texto filosófico-lingüístico entrelazado con otro literario-detectivesco, dos personajes reales del mundo de la cultura que se desdoblan en dos personajes míticos del mundo de la ficción, un texto que lleva a otro texto que lleva a otro texto que lleva a otro texto… así hacia el infinito que parece insinuarse en la indefinición de la pintura, que también se desarrolla al borde del discurso pictórico y del filosófico y del literario… es ahora cuando alcanzamos a comprender que el texto camuflado en el primer plano del paisaje es el de Derrida, el de Conan Doyle, incluso el de Homero, Shakespeare y Cervantes